Nos pasamos toda una vida buscando, consciente o inconscientemente. Entre indagación e indagación perdemos de vista el camino para luego volver a hallarlo. En cada acto nos encontramos de cara con nuestras luces y nuestras sombras. Y sin saberlo, vamos dando forma a la coherencia.
Según la RAE (Real Academia Española), la palabra coherencia significa: conexión, relación o unión de unas cosas con otras. Actitud lógica y consecuente con los principios que se profesan. Asimismo, es sinónimo de cohesión.
Pensad por un momento en la construcción de un puzle. Es imperativo que cada pieza encaje a la perfección con el fin de que forme una imagen. No vale colocarla de cualquier manera y ver qué surge. Cada fracción de la imagen se une a la otra para darle sentido al juego. En la vida, siento que sucede lo mismo; tratamos de encajar cada sentimiento con el fin de dibujar un sentido en nuestra existencia. Cada evento tiene un propósito, tanto si sabemos reconocerlo como si no. Y de igual forma que al finalizar el puzle sentimos una gran satisfacción por esa perfección culminada, en el día a día sentimos satisfacción en el momento que se produce la magia de la coherencia.
¿Con qué frecuencia sientes que todo está en su lugar? ¿Consideras que existe una relación entre lo que piensas, sientes y dices? ¿Qué pasa si tus acciones afectan, directa o indirectamente, a otros? Todo el mundo se rige por sus propios principios y para cada persona, son válidos. La cuestión, como he dicho antes, es si esos principios y esa actitud perjudica: ¿Eres capaz de vivir con ello en todo momento? ¿O quizás tienes la sensación, eventualmente, de que algo no encaja aunque no sabes ponerle nombre?
Tratando de describir la sensación que produce la coherencia, desde mi propio ser, puedo afirmar que es exactamente como ensamblar ese puzle, en este caso, situar cada uno de los sentimientos que llegan en el sitio que corresponde. Sin saber cómo, se forma una fotografía ante ti que te anuncia que todo está donde debe ser; la intuición se comunica. No existe esa inquietud de sentir que nos queda algo pendiente.
Teniendo como base la coherencia, todo aquello que se construya en la vida fluirá libremente.
Si en algún momento se llevan a cabo acciones contrarias a nuestros principios y dejamos de escuchar la intuición para escuchar el ego, es muy probable que empiece a nacer el malestar, ya sea emocional o físico. También es posible que se viva en maya (ilusión) y, también sin saberlo, vayamos en contra de nuestra propia naturaleza, oculta en el subconsciente más profundo. Cualquiera que sea la situación que se experimente, el orden establecido en nuestra consciencia, como humanos, se va a resentir.
Volviendo a una de las definiciones de la RAE, si nos fijamos, menciona que coherencia es sinónimo de cohesión, unión. ¿Sabéis cuál es la definición de Yoga? Es justamente: unión. Así pues, podemos decir que vivir en estado de yoga es vivir en coherencia. Pero, ¿con qué?. El Yoga nos habla de 8 principios: 1) Yama 2) Niyama 3) Asana 4)Pranayama 5) Pratyahara 6) Dharana 7)Dyana 8) Samadhi.
Ya solo el primer principio consta de 5 leyes universales: Ahimsa, Satya, Asteya, Brahmacarya, Aparigraha. Y el segundo: Sauca, Santosaa, Tapas, Svadhyaya, Isvarapranidhana.
Centrándonos más en Yama o principios morales, con lo primero que nos encontramos es con Ahimsa, la no violencia. Ya podemos ser muy rectos en el camino, que si la violencia alberga en nosotros, lo siguiente que crezca, tendrá poca consistencia y el tiempo irá borrando los brotes. Y la no violencia no solo se refiere a no infligirla hacia nosotros, sino tampoco hacia los demás, ya sean animales humanos o no humanos, en palabra, pensamiento u obra. Le siguen: Satya: ser honesto; Asteya: no robar; Brahmacharya: continencia sexual; Aparigraha: No codicia.
Así pues, ante cualquier práctica que implique saltarse el primer principio: Ahimsa, estaremos hablando de actos incoherentes que obedecen, la mayoría de las veces, a disonancias cognitivas adoptadas a lo largo de los años, incluso antes del nacimiento. De la misma forma que si extraemos una de las piezas del puzle, jamás se formará una imagen completa.
Como seres físicos y espirituales que somos, se nos ha otorgado el mejor de los regalos, el libre albedrío. A su vez, todos compartimos el planeta y todos, o casi todos, buscamos un cierto equilibro. Seguimos ciertas reglas de convivencia por respeto a nuestros iguales y por respeto al hogar que nos acoge, el Planeta. Pero la mayoría de las veces se obvia a aquellos con los que no se siente empatía, como serían el resto de animales no humanos, olvidando por completo que tienen exactamente el mismo derecho a vivir que nosotros.
Por alguna sinrazón se fueron convirtiendo en los extras de una película, hasta convertirse en objetos indignos de respeto.
Llegado a este punto y tras todo lo que ya se ha dicho, es necesario que la humanidad reflexione, a título personal, en soledad y con la verdad sobre las manos, a cerca de las razones tan imperantes que llevan a un ser humano a usar a otros animales no humanos, para cualquier cuestión. Si está demostrado que no solo es totalmente viable vivir sin utilizarlos, sino que tales prácticas nos proporcionan una salud y paz interior inigualables, ¿en qué clase de autoengaño se está inmerso solamente para satisfacer los deseos más básicos?
¿Cómo podemos denominarnos espirituales permitiendo un sufrimiento que es evitable? ¿Dónde queda la ética?
Si nos hacemos llamar seres evolucionados como para llevar a cabo auténticos milagros, desde crear tecnología sumamente avanzada hasta ser capaces de curar con las propias manos, ¿Cómo es posible fallar a nuestros compañeros no humanos?
Recordemos a Dios, que era compasivo e inclusivo y creó el mundo a su imagen y semejanza, precisamente para que siguiéramos sus pasos de amor incondicional a cualquier forma de vida.